Valorar a júnior y sénior, hombres y mujeres, capacidades o nacionalidades es el punto de partida para alcanzar la inclusión, es decir, para conseguir que la diversidad alcance su mayoría de edad y se convierta en un imprescindible en la competitividad de las empresas.

La diversidad, lejos de ser una palabra que se gasta de tanto usarse, es un elemento imprescindible en la gestión de personas. Más allá del género, la gestión de la diferencia de edad, origen, capacidades, nacionalidades, tendencia sexual, religión, etcétera es una necesidad para las organizaciones que quieran ser competitivas en un mundo global. El último estudio de Diversidad e Inclusión realizado por Talengo, en colaboración con APD, recoge datos que lo confirma. Casi una cuarta parte de los consejeros de empresas supera los 60 años; el 69% de las compañías no tiene ningún miembro de nacionalidad distinta a la española en sus consejos; la mujer ocupa un 26% de los puestos de consejeros y en el 60% de los consejos sólo hay una mujer o ninguna. La guinda de estos porcentajes es que el 77% de las compañías carece de un presupuesto específico para sufragar sus acciones en favor de la diversidad y, además, un 65% no ha establecido ningún tipo de medición sobre los avances que realiza la empresa en este ámbito. Marta García-Valenzuela, socia de Talengo, reconoce que aunque bien gestionada la diversidad es una fuente de valor, puede generar tensión organizativa. Por eso recomienda “apostar y poner el tema en la agenda de los directivos, para que se le dé la importancia que merece un proceso de cambio de estas características. Contar con un órgano de gobierno y un plan claro con indicadores de medición ayuda mucho a que los cambios sean sostenibles”.