Imagina por un momento que los avances tecnológicos han permitido a las personas viajar en el tiempo, pero lo ha permitido con dos peculiaridades. La primera de ellas, es que de cada viaje realizado se podrán traer algo al presente. Así, ha habido personas que han traído a 2021 su antigua máquina de escribir Olympia, otras su casete, aquellas más sentimentales cartas escritas a mano y, las más atrevidas, hasta una cabina de teléfono. La segunda de las peculiaridades, es que todas las personas, al volver al presente, pasan dos horas en 2019, en aquellos tiempos, ahora tan lejanos, en los que más allá de lo material primaban los abrazos y las caricias, en definitiva, el contacto físico. Por el momento, no se ha encontrado la forma de traer estos intangibles al presente, quizá lo más parecido que podemos encontrar es un gift o un emoticono de WhatsApp.

Trasladémonos ahora a las organizaciones y, dentro de las mismas, a los equipos que las componen. A aquellos equipos que se han adaptado a este presente tan particular desarrollando competencias digitales en un tiempo récord. Ahora, sigue imaginando y piensa que en uno de esos viajes al pasado has tenido ocasión de viajar junto con tu equipo ¿Qué sería aquello que os traerías al presente para seguir creciendo?

La mayoría de las investigaciones previas en relación a los equipos de trabajo ha sido desarrollada en una realidad diferente a la que ahora nos encontramos. En 2012, mediante el ambicioso Proyecto Aristóteles, Google se propuso el reto de obtener la “radiografía” del equipo perfecto, buscaban responder a la pregunta ¿Por qué algunos equipos tienen más éxito que otros? Los investigadores planteaban varias hipótesis en forma de preguntas: ¿Son los mejores equipos aquellos conformados por personas con intereses similares? ¿O es mejor que prime la diversidad de intereses?, ¿Son mejores aquellos equipos que con frecuencia socializan fuera de la oficina?, ¿Es mejor que las personas que conforman estos equipos tiendan a la extraversión o a la introversión?

En contra de todas aquellas preguntas, los resultados, una y otra vez, mostraban que la variable “quién” de la ecuación no parecía tener ningún efecto. Por ejemplo, algunos grupos clasificados entre los más eficaces se componían de amigos que socializaban fuera del trabajo. Otros, estaban compuestos por personas que eran desconocidas fuera de la oficina. Lo que más confusión generó era que dos equipos podían ser casi idénticos, con componentes equivalentes, pero con niveles de eficacia radicalmente diferentes.

Mientras trataban de averiguar lo que hacía a un equipo exitoso, los investigadores se toparon con lo que se conoce como ”las normas del grupo”. Las normas son las tradiciones, formas de comportamiento y reglas no escritas que rigen cómo funcionamos cuando trabajamos con otras personas. Así, los resultados avalaron que aquellos equipos en los que primaba el éxito eran los equipos en los que sus normas se fundamentaban en: la seguridad psicológica, la confianza, la estructura y la claridad, el sentido del trabajo y el impacto del mismo.

Ahora, en un momento en el que la realidad imperante es el cambio constante, cabe plantearse si las anteriores condiciones son suficientes, o bien si es necesario parar, reflexionar, adaptar o incluir condiciones que, como equipos y organizaciones, nos permitan construir un futuro sostenible que garantice el equilibrio. Viajemos a nuestro pasado, al del equipo al que pertenecemos, al de nuestra organización y hagámoslo trayendo al presente lo que nos ayudó a ser los mejores. Y hagamos una cosa más, transformémoslo y adaptémoslo a esta nueva realidad. Tenemos la oportunidad, ahora, de construir con todo aquello que aprendimos, el futuro que queremos que se recuerde para que cuando otras generaciones puedan viajar al pasado quieran llevar a su presente un legado sostenible.