Tendemos a admirar a las personas por sus victorias, por sus actos heroicos, por sus logros… Hace unos días, me enviaron el Poema “Preguntas de un obrero ante un libro” de Bertolt Brecht en el que se plantean cuestiones como las siguientes: César venció a los galos ¿No llevaba consigo ni siquiera cocinero? o Felipe II lloró al hundirse su flota ¿No lloró nadie más? Este tipo de preguntas invitan al lector a reflexionar sobre la atribución individual que, en muchas ocasiones, tendemos a realizar de los éxitos, obviando que los mismos son posibles gracias al trabajo en equipo y aportaciones de los otros.

Hace un tiempo, apenas unas semanas, que he comenzado a admirar a las hormigas de fuego. Esta peculiar especie de hormigas se caracteriza por su color rojizo y por producir una especie de picazón bastante dolorosa. No obstante, lo que me hace admirarlas no son sus características, sino lo que son capaces de hacer como colonia, es decir, como grupo. Imagínese el lector la época de lluvias en la Selva Amazónica. En esta época, todo el suelo de la selva queda inundado por las fuertes lluvias. Estas inundaciones, suponen un riesgo para la supervivencia de las hormigas rojas, sus hormigueros quedan inundados en poco tiempo y tienen que encontrar la forma de llegar de nuevo a tierra. No obstante, ante tal desavenencia esta curiosa especie ha desarrollado un método infalible que le permite sobrevivir. ¿Qué es lo que hacen? Crean una balsa con sus propios cuerpos; uniéndose unas a otras son capaces de flotar y fluir en la superficie del agua hasta encontrar un nuevo lugar en el que establecerse. Además, son conscientes de que de forma individual no sobrevivirían y que ante una situación tal, deben organizarse como grupo si quieren conseguir su objetivo, que no es otro que sobrevivir. Otro de los motivos que las convierte en una especie admirable, es que mientras se encuentran fluyendo en la superficie del agua, si una de las hormigas se desprende de la balsa, inmediatamente, todas ellas van a su rescate. Cada miembro del equipo es importante, imprescindible y, por ello, no contemplan la posibilidad de dejarlo atrás, incluso, por muy compleja que sea la situación.

Piense ahora el lector en un equipo de trabajo; probablemente, esté pensando en un conjunto de personas que comparten una misma visión, unos mismos valores y unos objetivos comunes. Además, puede estar pensando en personas que se han comprometido en una mejora permanente y, para ello, se muestran dispuestas a reorganizar sus tareas en función de las necesidades del equipo. Parece que, como equipo, comenzamos a tener bastantes cosas en común con la peculiar hormiga de fuego.

Imaginemos que un equipo tiene que enfrentarse a una situación de riesgo, al igual que las hormigas cada año se enfrentan a la época de lluvias. Quizá el ejemplo más reciente que venga a la cabeza sea la situación de crisis provocada por la COVID–19. Ante una situación de amenaza, como las fuertes lluvias, lo primero que garantiza la supervivencia de las hormigas es la agilidad para salir del hormiguero y para organizarse como balsa. En el caso de los equipos ocurre exactamente lo mismo. Podemos afirmar que los equipos que han “sobrevivido” a los primeros momentos de crisis fueron aquellos que rápidamente se adaptaron a nuevas formas de trabajo. Pero eso no es todo, sino que los que mostraron una mayor probabilidad de supervivencia fueron aquellos que supieron seguir trabajando en equipo, en definitiva, aquellos que fueron juntos transitando un camino lleno de incertidumbre y riesgo.

Otra de las claves en los equipos que he aprendido de las hormigas de fuego es la interdependencia positiva. Es decir, el sentimiento de que “nos necesitamos los unos a los otros”. El desarrollo de un tipo de relación caracterizada por la aportación de valor mutuo y por la conciencia de que la consecución del objetivo solo es posible si se trabaja en equipo. Como se indicaba al inicio de este artículo, César llevaría al menos un cocinero cuando venció a los galos. Es importante recalcar en este punto la responsabilidad individual y compartida en el logro de un objetivo, de la misma forma que es importante conceptualizar el éxito como un éxito del equipo y no solo del rol más visible del mismo.

La tercera de las claves tiene que ver con el objetivo común. En el caso de las hormigas, es la supervivencia como colonia. En el caso de las personas podemos encontrar una amplia variedad de objetivos vinculados a diferentes proyectos, formas de trabajo o incluso modos de relación. Independientemente de la naturaleza del objetivo o de su contenido, lo que favorece su consecución es el hecho de compartirlo. Es decir, “remar todos a una” sin anteponer los objetivos individuales a los grupales.

Finalmente, sin lugar a dudas hay un aspecto que destaco del comportamiento de las hormigas y que a la vez entraña uno de los aprendizajes más bonitos y simbólicos que podemos extraer de esta curiosa especie: es el valor que dan a sus miembros, la importancia que tiene cada integrante de esa balsa. La famosa frase “nunca se abandona a un compañero” la llevan a gala estas hormigas. De la misma forma, lo importante en un equipo son las personas, sin ellas nada sería posible. En ciertas ocasiones, la complejidad de una determinada situación puede desbordarnos, llevarnos a perder el foco y a dejar atrás a parte del equipo. Es en este tipo de situaciones en las que debemos activar nuestra alerta y velar por avanzar todos unidos, sin dejar a ningún miembro atrás y proporcionando el apoyo que pueda resultar necesario. Es una inversión quizá de tiempo, quizá de recursos, que nos permitirá avanzar y llegar a donde queremos hacerlo.

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