Esa frase la hemos escuchado alguna por parte de Directivos de grandes compañías o de Gerentes de medianas empresas, cuyas acciones previas no han dado resultado o bien se enfrentan a situaciones muy complicadas de negocio. Ciertamente es una tentación habitual y aparentemente la solución más fácil.No obstante, nuestra experiencia y la ciencia, nos dicen que la realidad no sigue ese patrón.
Relación entre tensión y rendimiento.
Es decir, un cierto grado de tensión es necesario para alcanzar nuestra zona de óptimo rendimiento. Pero una vez rebasado ese umbral, el rendimiento decae, haciéndolo además con unas consecuencias muy poco deseables: estrés, agotamiento, irritabilidad. Eso en el plano físico, pero también en el emocional, sólo con tres opciones: miedo, ira o bloqueo. A su vez, en el plano racional, lo que sucede es que el campo cognitivo se cierra, con lo cual se reducen las posibilidades de aportar alternativas válidas, soluciones creativas o tan sólo de escuchar de verdad otras ideas.
Si esto es así, ¿cómo mantenernos el máximo tiempo posible en la zona óptima?, o ¿cómo prevenir que entremos en la zona de estrés y bajo rendimiento?
Hay tres categorías de recursos que pueden sernos útiles: lingüísticas, emocionales y corporales.
Lenguaje: Detectar diálogo interno que en ese momento no nos ayuda, por ejemplo: “tiene que salir perfecto”; “no puedo fallar”. Ese plus de exigencia adicional quizás no sea siempre la mejor receta, sencillamente, porque ninguno de nosotros podemos ser siempre perfectos y ofrecer siempre la mejor respuesta posible. Reconocer que esa es una autoexigencia imposible de cumplir nos puede permitir rebajar un ápice, aunque sólo sea un poquito, pero quizás justo lo necesario para rebajar ese grado de tensión adicional. Equivale a aceptar que no siempre podremos sacar un “10”, pero que quizás un 9,2 es más que suficiente.
Emoción: Detrás de esas situaciones suele haber preocupaciones profundas, temores, miedos, a los que es frecuente no dar espacio, e incluso negar. La consecuencia directa de esa reacción es que estamos sumando mayor tensión. ¿Cómo reducirla? En primer lugar reconocer esa emoción y etiquetarla. La neurociencia ha demostrado que esa sencilla acción rebaja el nivel de ansiedad. A partir de ahí podemos encontrar nuevas alternativas.
Corporalidad: Cambiar nuestro patrón respiratorio e inducir un ritmo más pausado y más profundo, respirando centrando nuestra atención en el movimiento de nuestro diafragma y nuestro abdomen. Este recurso actúa como un regulador inmediato del grado de “revoluciones” que estemos experimentando.
En una próxima entrega veremos otro tipo de recursos adicionales, así metodología para detectar las señales de alerta y gestionar nuestra respuesta de la manera más eficaz posible.